domingo, 30 de septiembre de 2012

El sabor del poco a poco

       Para nada consideraba que fuese un día normal, y así lo demostraba mi dedo al pulsar con nerviosismo el timbre de su apartamento. Gracias a Dios mi insistencia se vio recompensada con Cristina, su compañera de piso, mostrando más una cara de sueño que ganas de verme.

— ¿Qué haces aquí a estas horas? preguntó con extrañeza mientras me recibía con la puerta entreabierta y su pijama rosa preferido. 
— Necesito verla... contesté.
— Debes de echarla de menos, ¿eh?

       Demasiado se quejaba. Tan solo eran las ocho de la mañana pero tratándose de un sábado tal vez hubiese molestado más de lo debido. En esos momentos poco importaba. Con cuidado abrí la puerta de su habitación para evitar que se sobresaltase innecesariamente.
       Parece mentira que una verdadera mujer pueda yacer como una niña. Enroscada en su edredón dormía de forma tan profunda que era imposible que se percatarse de  mi presencia en su habitación sin cita previa. A pesar del frío tan intenso del invierno se metía en la cama con la camiseta de mi último viaje a Lisboa, hace ya más de un año, y  su modesta ropa interior. Sentado justo al lado de ella, mis besos acariciaban su mejilla para darle los buenos días. Susurrándole a la oreja le dije:

— Silvia…

       No hacía más que revolverse. Ella esperaba encontrar la tranquilidad suficiente para volver al sueño en el que había estado inmersa, aunque tras varias vueltas de incomodidad se topó con mi brazo y entreabriendo los ojos dijo:

— Si piensas despertarme será para decirme que piensas dormir conmigo lo que reste de día.
— No... contesté en voz baja intentando guardar el silencio que existía en el ambiente.
— ¿Entonces, por qué tanta prisa? dijo Silvia incorporándose mientras hacia lo posible por mantener los ojos abiertos ¿Ocurre algo?
— Para nada, todo está genial.

       El juego de la curiosidad ya empezaba a picarle. Levanté bruscamente las persianas y la luz entrase en la habitación. Su reacción fue taparse con el edredón  y descansar todo lo posible antes de que el molesto de su novio le reventase el sueño.

— Tengo sueño.... murmuraba cuando su cabeza se escondía entre las mantas.
— No quiero que se nos haga tarde.
— ¡¿Tarde para qué?!

         No tardó en desperezarse y con un salto de la cama se incorporó frente al armario recogiendo toda su ropa y metiéndola desordenada en aquella maleta. A día de hoy, su maleta me sigue pareciendo más grande que la propia dueña. Tanto le ilusionó la noticia que constantemente interrumpía su tarea para servirme una bandeja de besos. La pura verdad es que los últimos meses habían sido bastante difíciles para ambos, y lo mejor que podíamos hacer era escapar de cualquier realidad antes de ahogarnos las ganas de vivir.
       Subidos en el coche, y tras preguntarme insistentemente a donde iríamos, tuve que decirle la verdad. No había planificado el viaje, ni siquiera había pensado un lugar al que ir, pero más que afectarle afloraron más ganas de seguir con la locura. Su alegría era apreciable cada vez que me miraba a cualquier rincón del típico mapa de gasolinera de la guantera.

— Estamos muy cansados de la costa, ¿y si vamos al norte o al sur? preguntaba constantemente fruto de los nervios que le estaban produciendo esa nueva experiencia. Tal vez, podríamos ir a la capital ¿no?

       No se me ocurrió el contestar a sus preguntas. Extendí mi brazo y agarré el mapa tirándolo por la ventanilla para que quedase olvidado encima de la carretera como un trozo de papel que no tendrá jamás ninguna utilidad. Al mirarnos no pudimos disimular las carcajadas de tal escena.
       Todo el día en la carretera terminó por dejarnos agotados. Obligados a parar a un lado de la carretera pudimos disfrutar del anochecer, aunque es difícil creer que una puesta de sol resulte tan bella dentro de un coche destartalado mientras comemos un montón de golosinas, que a mi parecer a nuestra edad ya deberían de estar prohibidas.
       A pesar de todo me llenan esos momentos en los que ella se duerme en el asiento del copiloto, y recojo su flequillo que no hace más que molestar al caerse constantemente tapándole el rostro una y otra vez. No sé a dónde nos llevarán nuestras locuras. Si no me equivoco la travesía nos lleva en dirección al norte. Pasaremos más frío de lo esperado pero nos tendremos el uno al otro.


El amor se cuela por debajo de la ropa y va llenando al sentimiento. 






4 comentarios:

Dillaardi dijo...

Me encanta <3
Lo adoro, está realmente muy bien escrito, y transmite toda la alegría que (supongo) quieres transmitir
¡No dejes de escribir!

Anónimo dijo...

Un gustazo leerte, me ha agradado ver que mejoró mis expectativas. Un saludo enorme Eduardo.

Belén Dugarte dijo...

hola eduardo... escribes bien la verdad es un post bastante dulce mire tu informacion y estudias historia vamos hacer un experimento ya soy seguidora de tu blog y creo que tu ya te has pasado por el mio y si no pues pasate un momento escoje alguno de mis escrito y has una historia sea real o ficticia a ver que sale me encantan los hibridos....

Rebeca Ochoa dijo...

Una narrativa corta, con un titulo muy sugestivo y un contenido de buen gusto que logró atrapar mi atención desde el inicio...

me deja con el deseo de seguir leyendo la historia.

Un saludo y felicidades por el excelente trabajo!

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