Cuanto más me
acercaba a la entrada de aquel lugar más me latía el corazón, y no
es que sufriese de taquicardias, sino que era ese miedo por el que no
sabes que te vas a encontrar al otro lado de esa puerta y que tan
siquiera sabes lo que transmitirá. Pues para eso estaba yo, para ser
la tonta del bote que se asustase por volver a ver a quien no había
dejado de extrañar desde hacía ya un tiempo. Por muchas ganas que tuviese de asistir, había intentado por todos los medios mantenerlo en secreto, y eso me hacía parecer más orgullosa de lo que en verdad era.
Plantada frente a la puerta de aquel palacio de conferencias decidí entregar la invitación que con
suerte había conseguido. Uno de los porteros de la entrada de la
sala me advirtió que la charla había comenzado hacía ya unos
minutos, y por supuesto mi cara de angustia llegó hasta límites
desconocidos cuando decidí abrir la puerta. ¡Imposible no pasar
inadvertida! Todo el mundo sentado mientras los conferenciantes
debatían sobre sus aburridos temas, y yo de pie en medio de la sala.
Apunto estuve de salir corriendo y volver a mi casa para evitar
que la vergüenza, sin hablar que ese color enrojecido por toda mi cara pudiese ser
producto de la mofa de alguna persona. Más aún por el peligro a que
él se diese cuenta y pensase que seguía siendo igual de patosa que
siempre.
Tras un rato buscando algún sitio
disponible, encontré un asiento en un lugar alejado de la mesa de
debate, más bien en la posición idónea para estar más a mi rollo.
Para ser sincera no presté nada de atención a aquella charla, ya
que mis pensamientos y mis recuerdos volaban en mi cabeza como las bolas Quaffle en los partidos de Quidditch de las famosas novelas de J.K. Rowling.
Él era el típico hombre de estudios que había estado cogiendo
cualquier oportunidad de trabajo que le habían ofertado y nunca
dudaba en marcharse si eso le daba la opción de cambiar de aires. Y
no es que me dejase de importar su vida, pero simplemente no tenía
ganas de estar escuchando una charla poco interesante cuando en
verdad había venido a verle a él. Me notaba algo inquieta, y no se si fue
por la novedad de volverlo a ver o por el estrés del viaje y las
prisas que habían ocasionado en mí algún estado de alteración
propia del estrés. Tendría que decirle algo porque no habría
venido aquí para nada, así que me dispuse a ordenar todos los
papeles que me habían dado, a los cuales solo había dado un pasada
por encima para acabar metiéndolos en mi bolso. Pero bueno, al fin y
al cabo no me caracterizo por tener mucha prisa para las cosas y me
pilló el toro. Sin darme ni cuenta estaba plantado frente a mí,
saludándome alegremente tras el tiempo que habíamos estado sin
vernos. Para decir la verdad, incluso me sentí alagada por que él
se acercarse a mí. Con los dos pertinentes besos y los ¿qué tal
estás? acabó pidiéndome una cita. En verdad no tenía
intención de quedar con él porque lo único que buscaba
era saludarle y preguntarle que tal le iban las cosas, pero para nada
me planteaba la proposición de una cita. Al final me decanté por su propuesta,
que no fue más que tomarnos un copa en un reconocido bar de al lado
y disfrutar de la agradable compañía. Era invierno así que no
había otra opción que olvidar la terraza de esos días de buen
tiempo y dirigirnos al interior del local. Un Gin Tonic de Brockmans
para él y un Tanqueray para mí, una recomendación que me
había dado el camarero de aquella coctelería.
Me daría un par de bofetadas a mí
misma por pensar que habría cambiado lo suficiente para que no
valiese la pena, pero estaba equivocada. Seguía siendo el
mismo, con esa risa que lo caracterizaba y esa impulsividad que no
trató de calmar ni por un segundo. Me contó que había estado dando
tumbos por todas partes esperando entender que es eso a lo que llaman
“mundo”, pero los últimos meses se había estado
planteando sentar un poco la cabeza y dedicarse a lo que de verdad
merecía la pena en la vida. Yo por otra parte, había cambiado poco.
Es más me considero la típica persona monótona que necesita de
alguien propenso a hacer de su vida un show para que al menos no
cayese en la triste rutina. Todo este tiempo me había dedicado a
llevar mi vida profesional a buen cauce y el conseguirlo me había
hecho andar por un hilo inestable que al final había acabado por
romperse, y con eso solo me refiero a las relaciones que había
tenido, que aunque pudiesen contarse con menos dedos de los que tengo
en una mano, habían acabado siendo recuerdos. Él por su parte,
claro que había conocido otras chicas, pero aunque por mi propio
bien me importa poco saberlo o prefería no saber nada. Al parecer él
había acabado haciendo de tripas corazón porque por más que
queramos la vida no sale como uno quiere, pero no hay más remedio
que sobreponernos a lo que nos viene. Y es ahí cuando encontré las
palabras más sabias que había oído en todo el día.
Seguía un tanto alterada y el cóctel
ya me hacía tener un risa tonta que no podía disimular. Yo creo que
la tensión se relajó un poco entre la conversación, la música de
fondo y la bebida. A pesar de todo me contentaba que todo le fuese
bien. Él no paraba de decir que me veía perfecta, que el tiempo no
había pasado para mí. En fin, es lo que hacemos todos en muchas
ocasiones para alagar a la otra persona. Puede ser que uno mismo lo
vea, pero tan solo intentas sacar una sonrisa de tanta
oscuridad. De todas formas y a sabiendas de ello preferí cegarme por
esas palabras y sentirme alagada siendo ese su objetivo desde el
principio.
Habían pasado dos horas y seguíamos de madrugada en el bar. Después
de tomarnos aquellos cócteles, con una lentitud que no era nada normal
y tras la larga charla que tuvimos, decidimos levantarnos. Ya en la
calle no paraba de preguntarme en mi interior que sería de nosotros
después de aquella noche, pero algo me decía que estuviese
tranquila.
Después de un paseo por aquella
avenida nos detuvimos en aquella esquina en la que yo había aparcado
el coche, no teniendo otra intención que despedirme de él e irme a
casa. Educadamente le pregunté si lo necesitaba que yo lo llevase a su hotel, pero se dignó a agradecerme el ofrecimiento y cogería un
taxi para evitarme tanta vuelta por la ciudad. Algo me advirtió que
no diese la noche por zanjada porque andaba muy a gusto con él, pero
algo me decía que no era propio de mí pedirle un poco más de su
tiempo. Tal vez tendría que madrugar o estuviese ocupado, pero era
sábado. Así me di cuenta que estaba ante mi oportunidad. A punto de
coger el taxi y yo de abrir la puerta del coche lo volví a llamar,
pero la verdad es que cuanto más avanzaba hacia él más me costaba
articular palabra alguna. Pensaba en que me inventaría para que se
quedase otro rato más o intentaría parar ese temblor continuo de mis piernas. Extrañado por mi comportamiento, no
hacía más que preguntarme si necesitaba algo, pero en verdad si
necesitaba algo, a él. Me vi incapaz de soltar palabra así que me
lancé sobre él, robándole el beso que hacía tiempo dejé de pedir
de sus labios. No se apartó y eso me sumió en un estado
desenfrenado en el que ya todo no estaba en manos de la razón o de
mi buena educación. Ya no era yo la que hablaba, era mis ganas de
remojar de nuevo mi corazón seco y agrietado.
Estábamos tan enfrascados en lo que
había ocurrido que ni me di cuenta, pero allí estaba en su hotel, a
sabiendas que la habitación que él había cogido tenía los gastos
pagados y eso se traducía en dormir toda la mañana y como no,
desayuno gratis.
No era propio de mi comportarme así,
pero algo había conseguido sacar algo que no era normal en mí, aún así me gustaba tener esa sensación. Así que nos veíamos
besándonos por los pasillos del hotel parándonos de puerta en
puerta para rellenar ese imaginario depósito de pasión, que a mi
parecer ya andaba rebosando. Encontró su habitación y de un portazo
allí nos quedamos fundiendo nuestros labios de la forma más
obscena, a la vista del típico reprimido ultracatólico o agradable
para alguien que prefiriese ver nuestra escena a los canales de
prepago a altas horas de la noche.
No hacía cuenta de la ropa que andaba
esparcida por el suelo. No importaba si al día siguiente tuviese que
estar buscando mi ropa un buen rato, o incluso si hubiese perdido mis
bragas y no hubiese sitio donde encontrarlas. Repito, me daba
exactamente igual. La ocasión lo merecía con tal de sentir de nuevo
sus manos sobre mi piel, sus besos salvajes o la manera en la que
siempre me hacía caer en la tentación. Nos rebozábamos por toda la
cama sin importarnos nada quien estuviese en la habitación de al
lado y cuánto les molestaríamos. No podía ocultar mi estado cada
vez que paseaba mis piernas entre besos y caricias que lo recorrían
todo hasta los jardines más ocultos de mi cuerpo. Quería sentirlo
como fuese, de una forma u otra, pero sentir que nunca me había
equivocado al no olvidar a aquella persona, pero era así, ésta es
una de las pocas formas que te da la vida de demostrarlo aunque antes
de subir al taxi, mi beso lo dejó bastante claro. El desenfreno
estaba servido y la razón me fallaba tanto que no sabía si donde
mordía eran sus labios, su cuello o alguna otra parte de su cuerpo.
No tenía intención de comportarme como una mojigata esta noche, por
lo que no iba a tener a ninguna santa en la cama.
Al fin y al cabo la noche no podía ser
eterna, así que no teníamos más remedio que descansar. Me había
comentado que al día siguiente tendría una reunión y extraje de
ahí que tendría prisa. Por lo que esta mañana, enroscada entre las
sábanas temo volverme y no encontrarle en su sitio. Como si de un
polvo caballeroso se hubiese tratado, pero que en definitiva lo de
caballeroso o no acaba siendo un polvo como otro cualquiera y esa
palabra acaba eliminando el recuerdo más romántico. Tengo miedo y
me niego a darme la vuelta para cerciorarme de una vez por todas de
mi error, pero observo que la mesita está ocupada por una bandeja
con un desayuno enorme para dos personas. Menuda alegría fue la que
me llevé cuando vi todo lo que a mi me gusta en ese almuerzo
colmando aquella bandeja. Me sorprende que no haya olvidado ni un
solo ingrediente de mis desayunos después de tanto tiempo. Para que
pensármelo dos veces, me giro y aquí mismo está, durmiendo como
un lirón. Se habrá levantado en algún momento y habrá pedido al
servicio de habitaciones algún almuerzo para los dos. Pero vamos,
para sus costumbres toda esa comida le ha importado poco viendo lo
dormido que está. Retiro todo lo anterior, lo del polvo caballeroso
y las tonterías que se me han podido pasar por la cabeza.
¿Sabéis esa sensación en la que
intuyes que alguien te observa? Pues creo que esa es la sensación
es la que ha tenido cuando lo he mirado durante largo rato, y aunque
todo estuviese en silencio y pretendiese estarme quieta, a pesar de
mis ganas, no ha hecho más que levantarle articulando suaves
palabras con una amplia sonrisa.
Algunas veces mirar al pasado no es tan
malo como nos parece, porque por mucho que lo neguemos los recuerdos
son esas hojas de papel escritas por ambas caras que vuelan entre
torbellinos dentro de nuestra memoria. Esos torbellinos son tan
fuertes que mueven esas páginas a lo más alto, en las que hay
escritas cada una de las partes del pasado y que en alguna ocasión
de nuestras vidas somos capaces de entrar hasta el fondo de ese
remolino y coger al vuelo alguna de esas hojas que han estado
flotando en el aire.
Me gustaría seguir filosofando más de
la vida pero como veréis tengo un acompañante digno de prestarle mi
amor, así que si me permitís,de lo menos que tengo ganas ahora es
de jugar al ajedrez dentro de la cama.
Porque retar al amor es tan solo
demostrarle que el tiempo no es para él, sino para ti.
3 comentarios:
me encanta la inseguridad y el amor interior que tiene la chiquilla :3
Me quito el sombrero, me ha encaantdo tu forma de expresar los sentimientos en esta publicación, un abrazo y mi más sincera enhorabuena.
Por cierto, me gustaría pedirte que te pasaras por mi nueva publicación, a ver qué te parece.
!Realmente muy bueno! tienes mi voto para el concurso de Blogs en el que yo también participo. http://regalaleuncuento.blogspot.com.es/
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