lunes, 9 de enero de 2012

Menú del día: pesimismo

       Los malos vientos me llevaron a aquella casa en ruinas, en algún sitio remoto de la Tierra y que parecía de todo menos habitado. Carecía de puerta, y nada más pasar a una gran sala de bienvenida una frase me consolaba en la pared: “Aquí es donde los ríos encauzados por el pesimismo  terminan en su desembocadura”. Me pareció interesante y decidí proseguir aquel pasillo oscuro con algunas luces en el interior. Era extraño porque el único vano visible era el del final del corredor. Aquel pasillo carecía de cualquier otra puerta o tan siquiera ventanas.
       Era largo, transitable, pero poco iluminado. Sin embargo, las voces de otros calaban hondo en mí. Todos se referían a que había más salidas, que ese no debería ser mi final, o incluso que es fácil lograr estar en la cima de nuevo. Pero la verdad es que  ya no había vuelta atrás.
       La puerta cerrada me dejó absorto, pero no dude en abrirla y entrar rápidamente en aquella habitación con un olor familiar y unos ruidos muy cercanos. Frente a mí, una sala de grandes proporciones centraba mi atención en esa figura tapada con un lienzo blanco. Era ella, la buscaba desde hace días. Me adelanté a pesar de esos sonidos que recordaban a momentos de mi infancia, de mis logros y mis caídas, de lo que antes me hacia feliz. También tenía que soportar fragancias que ni el mejor de los perfumes podría haber igualado. Me fue fácil pensar que esa habitación estaría diseñada para echarme atrás en cualquier decisión irremediable que tomase, pero con un paso firme me adelanté, cogí esa sábana que colgaba y de un fuerte tirón lo lance a un lado de la habitación. Caí arrodillado ante ella, y lloré hasta que la última gota de vida cayó de mis pupilas. No había forma de continuar con ésto, estaba claro. Grité de dolor ante ella hasta que mis ojos empantanados me dejaron ver ese manto negro que vestía a aquella mujer. Esa mujer que a tantos ha tocado pero que solo unos privilegiados en cierto momento de su vida, son capaces de reconocer.

       Me pidió que juntase las manos para dejarme caer una pistola que ya ni me interesaba ni el calibre ni el nombre del arma, al contrario que en épocas pasadas cuando era una de mis aficiones. No hubo dudas, el cañón apuntó rápidamente a mi sien mientras su mano acarició mi rostro en cuestión de segundos. Medio minuto después una simple bala había volado mis sesos que, por el contrario, ya se encontraban esparcidos por el suelo y mi cuerpo tendido en posición fetal junto a un par de cajas llenas de polvo de donde sobresalía un papel que mostraba una frase: “Piedad para aquellos que niegan el mañana”.






@Eddy_ra

1 comentarios:

Lilium Ana dijo...

(Ana Escritora del Tuenti)

O.O Guau, me encanta... Es como muy... surrealista, pero precioso. Da mucho que pensar, la verdad.

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