sábado, 11 de enero de 2014

No le digas a nadie

       Todos alguna vez hemos deseado observar el horizonte desde lo alto de nuestro castillo, una fortaleza imponente, infranqueable y colmada de lujos en cada rincón. Pero en que se convierte ese majestuoso lugar cuando la soledad colmata ese abismo tan profundo, y tan solo la figura de una reina, que ocupe el otro lado del trono es capaz de llenar un castillo tan perfecto construido con la herramienta más maravillosa con la que el ser humano ha sido dotado, que no es otra cosa que aquello que habita en nuestro pecho, eso a lo que todos llamamos corazón y olvidamos en sí la verdadera función cumplida en nuestro interior, aparte de darnos la vida. Un simple músculo capaz de erigir la más grandiosa de las construcciones. Aquel capaz de colmatar de escombros los cimientos más sólidos de un pasado en busca de un futuro imperecedero y lleno de sentimiento. Experiencia de esas manos que agarran el pico extrayendo la roca más dura y bella, esculpiendo los sillares de unos muros que ni el odio, la mentira o la distancia puedan derribar, ni tan siquiera el rumor de la muerte tenga la idea de penetrar entre sus juntas. Murallas tan altas en las que el amor no tenga más remedio que tocar el cielo, rozar sus nubes o acariciar el sol sin miedo a quemarse. Los adarves recorrerían la cima de esos muros provistos de torres y almenas, permitiendo velar por ese amor oculto en su interior donde los fosos arrastrarían a cualquier infiel con el deseo de tocar unas paredes de un amor convertido en maldito si la ilusión de tenerlo lo corrompe. No pongamos puerta a un espacio que es solo nuestro y del que no nos plantearíamos salir. Para que un puente levadizo conecte con el exterior si lo tenemos todo aquí. Bailes de la corte, mercados con las mejores joyas que una reina se merecería y el vergel más precioso, convirtiéndose el jardín del Edén en una simple anécdota. No es lugar para tristezas, no hay sentido para locura. Desde la Torre del Homenaje admirarás la perfección de un reino en el que ni la pobreza, ni la miseria o la tristeza convergen en él. Izados quedan los estandartes donde la pasión y la pureza derrotan a la nación más envidiosa, buscando gloria en una tierra entre las pocas de haber sido conquistada. Para qué servirán esos mil honores colgando a las espaldas de un caballero si su reina no está a su lado. Qué hacer sin un pellizco de amor verdadero rompiendo esos males que acechan en el exterior de ese castillo, y que tan solo tú y yo somos capaces de hacer desaparecer con el pecado más pleno. Un único momento en el que el corazón se desconecta, ese instante en el que cada mitad se une tras la búsqueda incansable de su igual, y en ese aposento más recóndito del castillo consigue encontrar para unir esa inscripción a fuego que ni en siglos consiguieron averiguar:


Aunque la soledad te haga dueña de mi cama y por la noche entre por esa puerta,
perderás tu calma pero dormida nunca te faltará un te quiero, aunque tus sueños impidan oírlo. Mi brazo siempre descansará en tu vientre,  aunque te hagas dueña de nuestro nido y por mucho que caiga de él, siempre pensaré que nado en tu mar más profundo. Cuál fue la fórmula por la que caí en tu primer beso.


       Si bien, todos coincidiremos que toda fantasía siempre ha tenido algo de realidad, y es lo propio cuando pensamos que a muchos nos gustaría ser ese rey acompañado de esa mujer irrumpiendo en nuestro interior, y no como un ente molesto que destroza nuestra vida y la molesta sin cesar, sino como esa necesidad de idolatrar lo más bello que te puede ofrecer la vida, y ese es el amor. Ellas pensarán en la falsedad de esto, que en esta vida no hay lugar para reinas o princesas de cuento, pero si en algún momento ésta es la conclusión, perdónenme pero es una equivocación de lo más inútil a la que se puede aspirar. Aquella persona capaz de disfrutar de un insignificante soplo del querer por parte de otro igual, aunque los muros no toquen al cielo ni su reino sea el más basto del mundo conocido o su vida esté llena de quebrantos, no tendrá más remedio en afirmar que goza del fruto más querido durante siglos por la humanidad, e irremediablemente repito que ese es el amor.



No le digas a nadie que construyeron un castillo en tu nombre, que tuviste al más bohemio de los caballeros y que cada batalla perdida fue un beso menos que dar, pero ante todo no le digas a nadie quien muere izando tu estandarte por amor.




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